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Durante muchísimo tiempo se creyó que en La Silla del Ávila yacía un volcán que haría erupción durante algún movimiento sísmico que se originara en el valle de Caracas, pues anteriormente se asociaban los terremotos con los fenómenos volcánicos. Tras el terremoto de 1812 que azotó a la capital, muchos fueron los que llegaron a afirmar que se había abierto un volcán en la montaña, y que se percibía un fuerte rugido procedente del corazón de la misma.  

Sin embargo, no solo se creía que a raíz de  un terremoto haría erupción La Silla, sino que como se pensaba que se trataba de una montaña de azufre, con cualquier incendio se desataría su furia. 

En el año 1843, tuvo lugar un alboroto a raíz de un incendio que se produjo en la serranía, en el Asiento de la Silla, que se atribuye, posiblemente, a dos grandes fogatas que tuvieron que encender el botánico alemán Karl Moritz y el joven comerciante Wegener, para resguardarse del frío del anochecer y que no habían apagado totalmente. 

 

Fue tal el nivel de perturbación, que las personas se reunían en las esquinas de las calles, en los puentes y en las plazas, y muchos observaban La Silla presas del pánico, temiendo la inminente explosión del volcán que destruiría a Caracas, mientras algunos creían ver ya la erupción misma en los vivos fuegos de los declives de la montaña. En La Guaira se tocaron incluso las campanas.

Otros fueron más lejos y relacionaron el incendio de 1843 con un cometa y el fin del mundo, pues  antes de que se iniciara el fuego, decían haber visto desde el 28 de febrero hasta el 19 de marzo de ese año, en pleno día y a simple vista cerca del sol, como una estrella de primera magnitud, que pasó tan cerca que su cola chocó con la cumbre de La Silla y provocó el incendio que antes se menciona.

 

Todo esto motivó a los exploradores a escalar la cima de la montaña. Uno de los primeros personajes en desmentir esta creencia popular de que La Silla era "un volcán apagado" fue Alejandro Humboldt. Incluso se adelantó a su tiempo y llegó a afirmar, tras el terremoto que azotó Caracas en 1812, que no hay que limitarse a buscar la causas de los terremotos en circunstancias locales, sino que pueden ser causados por eventos lejanos.

A pesar de todas las desmentidas oficiales, muchos siguieron viendo en el Pico Oriental de la Silla la amenaza de un volcán latente. Esta creencia que pervivió durante mucho tiempo (y todavía tiene sus adeptos) fue compartida en versos por Eliseo López en su Canto a El Ávila:

Bullen sustancias inflamables entre

tu pétreo corazón de fuego lleno.

En momentos de cólera tu vientre

como la tempestad, desata el trueno,

semejante al león brota el rugido.

Un calor de heroísmo en ti perdura,

tienes en cada vértebra un latido,

y en tu candente círculo procura

abrir su cráter el volcán dormido.

Posteriormente, el químico agrónomo-francés Jean Bautista Bossingault buscaría en vano la boca del volcán en 1823. Al constatarse que en Caracas no había tal volcán, los pobladores, en especial las damas, quedaron un tanto tranquilizadas.

 

Sin embargo, en 1872, a raíz del ascenso del comerciante inglés James Mudie Spence, también se volvería a hacer mención a la antigua profecía, según la cual El Ávila se volvería un volcán que destruiría a Caracas, esto debido a una enorme fogata que encendieron y una gran cantidad de cohetes que lanzaron desde la cumbre de La Silla.

¿Un volcán en el Ávila? 
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